viernes, 2 de mayo de 2008

Creación de un mandala de arena

Fotoreportaje del mandala tibetano hecho por los monjes del monasterio de Drepung Loseling de la gira "Las Artes Místicas del Tíbet".

En esta ocasión, los monjes tibetanos hicieron el mandala del Buda Akshobya. Este mandala representa todos los estados del camino tántrico, así como también la iluminación. Al ver este mandala la gente crea mérito. Se crea un mandala para eliminar todos los obstáculos en nuestro mundo y traer la paz.



El mandala empieza con una ceremonia para consagrar el sitio en donde se instalará.

Geshe Chögyal, ex maestro residente del Instituto Loseling de México, es el maestro espiritual del grupo y líder de la
creación del mandala.
Aquí está usando el vajra y la campana los cuales se utiliza normalmente en el canto tántrico. El vajra representa el método (el amor y la compasión), la campana sabiduría.


El maestro del canto del grupo. Él empieza los cantos, los demás le siguen.

En el budismo tibetano se utilizan varios instrumentos para invitar e invocar al Buda, a las deidades tántricas y los bodhisattvas: la trompeta, el tambor, la trompa y clarinete, y los platillos. Se ilustran a continucación.




El baile tántrico “Sombrero Negro”: se baila para eliminar los obstáculos que suceder durante la creación del mandala.



Antes de crear el mandala se trazan las líneas guía.




Al terminar se limpian las líneas y se ve la forma del mandala.


La arena de colores se coloca mediante unos tubo que se raspan para que fluya. Siempre se empieza en el centro del mandala.


Los monjes trabajando en la creación del mandala. Ya está casi listo


El mandala terminado. Se deja en exhibición algunos días.


Empiezan los cantos de la ceremonia de desmantelación.


La ceremonia es la representación de la impermanencia, por lo que el mandala es destruido. Aquí gueshe Chogyal lo realiza con el vajra.


Después de la ceremonia, algunas veces, una parte de la arena se reparte entre la gente para que les proteja y para eliminar los obstáculos.




Margaret

Y la otra mitad de la arena se tira en un río o al mar para beneficiar a toda la gente.

jueves, 1 de mayo de 2008

El Arte de los Mandalas Tibetanos


Breve introducción al arte y significado de los mandalas tibetanos



El origen de la palabra Mandala es sánscrito y quiere decir círculo sagrado, aunque tiene así mismo las acepciones de rueda y totalidad. en el trantrismo hindú y budistas, el Mandala es un diagrama geométrico simbólico que representa la expansión y la contracción del Universo en relación a un punto central.
Morfológicamente, el Mandala también es una representación simbólica que actúa como continente y como un contenido que puede, a su vez, incluir otros símbolos y alegrorías.
La utilización de los Mandalas se remonta a tiempos antiguos. Los encontramos en distintas construcciones religiosas como en templos de diferentes civilizaciones, objetos de culto, libros y, en general en todos los elementos de transmisión de enseñanzas y conocimientos.



La palabra tibetana para mandala es Khil-Khor, que literalmente significa “el centro y los alrededores”, pero en ocasiones se traduce también como “círculo sagrado”. Existen varios tipos de mandalas empleados para diferentes propósitos. Por un lado, están los mandalas elaborados o visualizados “como una tierra pura de Buda”, los cuales se ofrecen a los seres iluminados y/o a los maestros espirituales con la intención de acumular méritos. Otro tipo de mandalas son los que se utilizan durante una iniciación tántrica, en donde el mandala representa la residencia del Buda relacionado con dicha iniciación y el maestro introduce al discípulo en el significado del mandala como parte del ritual. En este contexto los mandalas que se utilizan para la ceremonia pueden ser pintados en tela, creados con arena de colores o bien, simplemente visualizados. Los mandalas de arena, a su vez, pueden elaborarse a petición de la comunidad con la intención de pacificar desastres naturales, traer paz y armonía a un lugar determinado y sus habitantes, como una bendición durante un retiro de meditación, o para consagrar medicinas en el caso de un mandala relacionado con el Buda de la medicina.

Los mandalas también cumplen con diferentes propósitos de acuerdo con la figura Budica que representan; por ejemplo, Avalokiteshvara representa la compasión; Manjushri, la sabiduría; Vajrapani, la fuerza; Amitayus, la longevidad, etc. Asimismo cada mandala puede prepararse para simbolizar una de las cuatro actividades iluminadas, en este caso el color base de la arena que se utiliza identifica la actividad particular. Así, la base blanca simboliza las actividades de pacificación, la amarilla es para el incremento, la roja para el poder y el azul oscuro para las actividades airadas.

En general, todos los mandalas tienen significados externos, internos y secretos. En el aspecto exterior representan el mundo en su forma divina, en el interior, un mapa mediante el cual la mente ordinaria puede transformarse en la experiencia de la iluminación, y en el aspecto secreto muestran el perfecto balance primordial de las energías sutiles del cuerpo y la dimensión de la clara luz de la mente. Se dice que la creación de un mandala de arena purifica en estos tres niveles.

Antiguamente los polvos para elaborar los mandalas de arena se preparaban con piedras semi-preciosas. Se utilizaba el lapislázuli para el color azul, los rubíes para el rojo, etc. En la actualidad se preparan con polvo de mármol teñido y –en ocasiones– con fina arena blanca de playa.

En general los mandalas de arena se construyen sobre una superficie plana de madera. Antes de comenzar su elaboración, se hace una ceremonia para consagrar el lugar invocando a los seres iluminados como testigos del trabajo meritorio que se llevará a cabo y se pide permiso a los espíritus dueños de la tierra para que no obstaculicen el trabajo. Con ese propósito se realiza la danza de los “sombreros negros”.

Una vez terminada la ceremonia, se comienzan a trazar con gis las líneas que servirán como guía para colocar la arena. Todo esto se aprende de memoria y está basado fielmente en las escrituras budistas; no hay espacio para el error o la improvisación. A continuación se empieza a colocar la arena desde el centro hacia las orillas, simbolizando el hecho de que al nacer sólo somos una gota de esperma y un óvulo, y vamos evolucionando hasta que el universo entero se percibe a través de los sentidos. Cuando el mandala está terminado y llega el momento de desmantelarlo, la arena se recoge de las orillas hacia el centro, representando cómo al morir regresamos de nuevo a la fuente primordial en el centro de nuestro corazón.

Para “dibujar” con la arena, se emplea un cono de cobre llamado chang-bu, el cual tiene ranuras en uno de sus lados y con una varita delgada de cobre se frota suavemente (como en un güiro) de tal forma que la arena sale finamente por el pequeño orificio al final del cono gracias a la vibración. Esto permite crear dibujos extraordinariamente pequeños y precisos.

Cada elemento del mandala encierra un profundo significado y la figura central simboliza al Buda en el cual se basa la construcción del mandala. Así, por ejemplo, el mandala de Avalokiteshvara puede ser identificado por una flor de loto que se encuentra al centro simbolizando a dicho Buda. El mandala del Buda Akshobya se identifica mediante un vajra azul, el de Buda Amitayus por su sílaba raíz al centro del mandala y, en ocasiones, la misma figura del Buda elegido se dibuja con detalle en el centro.

Al observar detenidamente un mandala de arena, podemos ver que es como un palacio visto desde arriba en el cual hay torres, cada una con su entrada hacia una de las cuatro direcciones, a su vez representadas por colores: amarillo para el norte, verde para el sur, azul para el oeste y rojo para el este. En cada una de estas entradas se encuentra un guardián o protector. Es posible identificar también columnas y arcos, alrededor de las cuales se ubican vallas como las de vajras y fuego.

Cuando la construcción de un mandala de arena se termina, se lleva a cabo una consagración en la cual se invoca al determinado Buda para que permanezca en esta residencia. Se agradece a los espíritus locales por no haber creado obstáculos durante la elaboración y se dedican los méritos acumulados por la creación de un mandala para la sanación del planeta y sus habitantes. Al finalizar dicha ceremonia se comienza a recoger la arena y esto cumple con dos propósitos fundamentales: primero, demostrar la impermanencia de los fenómenos (tarde o temprano todo se termina y el apegarnos a lo efímero sólo nos trae sufrimiento); el segundo propósito tiene que ver con el ideal de querer beneficiar a los demás con nuestros actos y por esa razón se reparte la arena entre quienes presencian la ceremonia de clausura como una bendición, mientras que otra parte de la arena se deposita en un cuerpo de agua como un río, un lago o directamente en el mar, con la intención de purificar el ambiente y a sus habitantes, y llevar esa bendición a todos los rincones de la tierra.

El patrocinar, colaborar o simplemente observar la creación y el desmantelamiento de un mandala de arena, tiene efectos purificadores muy profundos para los seres y el ambiente donde se construye. Las deidades y espíritus locales se complacen y se regocijan, por lo cual mandan sus plegarias para que prevalezca la paz y la prosperidad en esa tierra. Los Budas y Bodhisattvas observan desde las tierras puras donde habitan, mandando un lluvia de bendiciones. En breve, son muchos los beneficios tanto temporales como espirituales que se producen al participar en la creación de un mandala de arena.

Fuentes:

1. The Mystical Arts of Tibet. Glenn Mullin, Andy Weber. Longstreet Press. 1996. 2. Instrucción oral de Gueshe Khenrab, maestro residente del Instituto Loseling de México.



Margaret Mariño

Discurso del Dalai Lama pronunciado en el Premio Nobel de la Paz


Hermanos y hermanas:

Es un honor y un placer estar hoy entre ustedes. Me alegro realmente de ver muchos viejos amigos que han venido de diferentes rincones del mundo y de poder hacer nuevos amigos, a quienes espero encontrar de nuevo en el futuro. Cuando me encuentro con gente de diferentes partes del mundo, siempre recuerdo que todos nosotros somos básicamente iguales: todos somos seres humanos. Posiblemente vistamos ropas diferentes, nuestra piel sea de color diferente o hablemos distintos idiomas. Pero esto es superficial, en lo básico, somos seres humanos semejantes y esto es lo que nos vincula los unos a los otros. Además, es lo que hace posible que nos entendamos y que desarrollemos amistad e intimidad.

Pensando sobre lo que podía decir hoy, he decidido compartir con ustedes algunos de mis pensamientos sobre los problemas comunes con los que todos nosotros, como miembros de la familia humana, nos enfrentamos. Puesto que todos compartimos este pequeño planeta, tenemos que aprender a vivir en armonía y paz entre nosotros y con la naturaleza. Esto no es solamente un sueño, si no una necesidad. Dependemos los unos de los otros en tantas cosas que ya no podemos vivir en comunidades aisladas, ignorando lo que ocurre fuera de ellas. Cuando nos encontramos con dificultades necesitamos ayudarnos los unos a los otros, y debemos compartir la buena fortuna que gozamos. Les hablo solamente como otro ser humano, como un sencillo monje. Si encuentran útil lo que digo, espero que intenten practicarlo.

Hoy también deseo compartir con ustedes mis sentimientos con respecto a la difícil situación y las aspiraciones del pueblo del Tíbet. El Premio Nobel es un premio que ellos bien merecen por su valor e inagotable determinación durante los pasados cuarenta años de ocupación extranjera. Como libre portavoz de mis compatriotas cautivos, hombres y mujeres, siento que es mi deber levantar la voz en su favor. No hablo con un sentimiento de ira u odio contra aquellos que son responsables del inmenso sufrimiento de nuestro pueblo y de la destrucción de nuestra tierra, nuestros hogares y nuestra cultura. Ellos también son seres humanos que luchan por encontrar la felicidad y merecen nuestra compasión. Sólo hablo para informarles de la triste situación de hoy en día de mi país y de las aspiraciones de mi pueblo, porque en nuestra lucha por la libertad, sólo poseemos como única arma la verdad.

La comprensión de que somos básicamente seres humanos semejantes que buscan felicidad e intentan evitar el sufrimiento, es muy útil para desarrollar un sentido de fraternidad, un sentimiento cálido de amor y compasión por los demás. Esto, a su vez, es esencial si queremos sobrevivir en él, cada vez más reducido, mundo en el que vivimos. Porque si cada uno de nosotros buscamos egoístamente sólo lo que creemos que nos interesa, sin preocuparnos de las necesidades de los demás, acabaremos no sólo haciendo daño a los demás, sino también a nosotros mismos. Este hecho se ha visto claramente a lo largo de este siglo. Sabemos que hacer una guerra nuclear hoy, por ejemplo, sería una forma de suicidio; o de contaminar la atmósfera o el océano para conseguir un beneficio a corto plazo, sería destruir la base misma de nuestra supervivencia. Puesto que los individuos y las naciones están volviéndose cada vez más interdependientes, no tenemos más remedio que desarrollar lo que yo llamo un sentido de responsabilidad universal.

En la actualidad, somos realmente una gran familia mundial. Lo que ocurre en una parte del mundo puede afectarnos a todos. Esto, por supuesto, no es solamente cierto para las cosas negativas, sino que es igualmente válido para los progresos positivos. Gracias a los extraordinarios medios de comunicación tecnológicos, no sólo conocemos lo que ocurre en otra parte, sino que también nos vemos afectados directamente por los acontecimientos de sitios remotos. Nos sentimos tristes cuando hay niños hambrientos en el Este de África. Del mismo modo, nos alegramos cuando una familia se reúne, después de una separación de décadas debida al Muro de Berlín. Cuando ocurre un accidente nuclear a muchos kilómetros de distancia, en otro país, nuestras cosechas y ganado se contaminan y nuestra salud y sustento se ven amenazados. Nuestra propia seguridad aumenta cuando la paz irrumpe entre las facciones que luchan en otros continentes.

Pero la guerra o la paz, la destrucción o la protección de la naturaleza, la violación o el fomento de los derechos humanos y libertades democráticas, la pobreza o bienestar material, la falta de valores espirituales y morales o su existencia y desarrollo y la ruptura o desarrollo del entendimiento humano, no son fenómenos aislados que pueden ser analizados y abordados independientemente. De hecho, están muy relacionados a todos los niveles y necesitan ser tratados con ese entendimiento.

La paz, en el sentido de ausencia de guerra, es de poco valor para alguien que se está muriendo de hambre o de frío. No eliminará el dolor de la tortura inflingida a un prisionero de conciencia. Ni tampoco consuela a aquellos que pierden a sus seres queridos en inundaciones causadas por la insensata deforestación de un país vecino. La paz sólo puede durar allí donde los derechos humanos se respetan, donde la gente está alimentada y donde los individuos y las naciones son libres. La verdadera paz con nosotros mismos y con el mundo a nuestro alrededor, sólo se puede lograr a través del desarrollo de la paz mental. Los otros fenómenos mencionados anteriormente están igualmente relacionados. Así, por ejemplo, comprendemos que un medio ambiente limpio, riqueza o democracia tienen poco valor frente a la guerra, especialmente la guerra nuclear, y que el desarrollo material no es suficiente para asegurar la felicidad humana.

El progreso material es por supuesto, importante para el avance humano. En Tíbet dimos muy poca atención al desarrollo económico y tecnológico y actualmente nos damos cuenta de que esto fue una equivocación. Al mismo tiempo, el desarrollo material sin un desarrollo espiritual puede causar también graves problemas. En algunos países se concede demasiada atención a las cosas externas y muy poca importancia al desarrollo interior. Creo que ambos son importantes y deben ser desarrollados conjuntamente para conseguir un buen equilibrio entre los dos. Los tibetanos somos siempre considerados por los visitantes extranjeros como gente feliz y jovial. Esto forma parte de nuestro carácter nacional, arraigado en valores culturales y religiosos que acentúan la importancia de la paz mental conseguida por medio de generar amor y bondad hacia todos los seres vivos, humanos y animales. La clave es la paz interior: si se tiene paz interior, los problemas externos no afectarán el profundo sentido de paz y tranquilidad. En este estado mental se pueden afrontar las situaciones con razonamiento y tranquilidad, mientras se mantiene la felicidad interior. Esto es muy importante. Sin paz interior, por muy confortable que sea la vida material, aún se estará preocupado, molesto o triste por diferentes circunstancias.

Por lo tanto, está bien claro que tiene una gran importancia comprender la interrelación entre estos y otros fenómenos y considerar y tratar de resolver los problemas de una forma equilibrada que tenga en consideración los diferentes aspectos. Por supuesto, no es fácil. Pero el intentar resolver un problema tiene poco beneficio si actuando de esta forma creamos otros igualmente serios. Por tanto, no tenemos alternativa: debemos desarrollar un sentido de responsabilidad universal, no sólo en el aspecto geográfico, sino también con respecto a las diferentes cuestiones con las que se enfrenta nuestro planeta.

La responsabilidad no descansa sólo en los líderes de nuestros países o en aquéllos que han sido elegidos para hacer un trabajo concreto. Está individualmente en cada uno de nosotros. La paz empieza dentro de cada uno. Cuando poseemos paz interior, podemos estar en paz con todos a nuestro alrededor. Cuando nuestra comunidad está en un estado de paz, esta paz puede ser compartida con nuestras comunidades vecinas. Cuando sentimos amor y bondad hacia los demás, esto no sólo hace que los demás se sientan amados y protegidos, sino que nos ayuda también a nosotros a desarrollar paz y felicidad interior. Y hay maneras en las que podemos trabajar conscientemente para desarrollar sentimientos de amor y bondad. Para algunos de nosotros, la forma más efectiva de hacerlo es a través de las prácticas religiosas. Para otros, pueden ser prácticas no religiosas. Lo importante es que cada uno de nosotros hagamos un esfuerzo sincero de tomar seriamente nuestra responsabilidad por los demás y por el medio ambiente. (…). Muchas gracias.

Permítanme compartir con ustedes una corta oración que me da una gran inspiración y determinación:

“Por tanto tiempo como dure el espacio

Y tanto tiempo como permanezcan seres vivos,

hasta entonces, pueda yo también permanecer

para disipar la miseria del mundo”.

Dalai Lama 1989



Margaret Mariño